jueves, agosto 25, 2005

El té de Taiwan

Asombra al Occidente, cómo una planta puede influir tanto en las relaciones humanas y hasta en la manera de darle sentido a la vida. El té es parte esencial de la identidad del enorme continente asiático. Esta planta aromática, acompaña desde remotos tiempos a los pueblos del Asia y desde principios del Siglo Diecisiete, a Europa y el mundo.
Cuentan las tradiciones que en el año 2337 antes de Cristo, el emperador Shen-Nung, acostumbraba hervir agua bajo un pequeño árbol y que casualmente, con la brisa varias hojas de la planta cayeron en la marmita. Cuando el ilustre bebió el agua, se maravilló del aroma y del gusto, ordenando a sus súbditos que cultiven aquel vegetal Así, de acuerdo a la leyenda, no hubo autoridad ni personaje de la antigua China, que no lo consumiera. En principio, beber té, fue símbolo exclusividad, de poder y de clase. Un monje budista llamado Lu Yu, escribió el primer Clásico del té.
A mediados del Siglo Diecisiete, el té se había convertido en ritual obligatorio de la nobleza británica. El snobismo de los nobles, fue factor decisivo para que el consumo de té se generalizara en el resto de Europa.
En el continente americano, el té también hizo historia. No olvidemos que la guerra de Independencia de Estados Unidos, comenzó rechazando los altos impuestos al té, importado desde Inglaterra a las colonias. En 1767, los patriotas arrojaron un cargamento traído por la Compañía de las Indias Orientales.
Pero volvamos a una de las naciones que cultiva el té y las mil formas de servirlo: Taiwan, en la que también existía y existe el té silvestre. Un folleto sobre este aromático vegetal, publicado por la Oficina de Información, explica que los actuales tés, se originaron de plantas silvestres. Existen dos tipos, cuya diferencia primaria se encuentra en el color de sus brotes. El té de montaña de brotes verdes y el té de montaña de brotes rojos.
En 1860, el comerciante inglés Jhon Dodd, promovió la importación del té de Taiwán hacia Europa en las variedades oolong, baojhoung y negro. Pronto, el té taiwanés ocupó el primer lugar entre los tres productos de importación: té, azúcar, alcanfor.
En 1949, Taiwan introdujo los tés verdes tostados, jhu y mei. En 1963, el té verde, cocido al vapor o té sen, fue exportado al Japón.
En la década de los años 70 del Siglo Veinte, el gobierno creó la Organización para el mejoramiento del Té de Taiwan. Datos que reflejan la importancia de este producto. En aquellos años, también se fundó la "Casa de Té del Kung Fu" y a partir de entonces, las casas de té abundan en toda esta República, que previo ritual, sirven a los gustosos consumidores, té en sus variedades baojhung, dongding, pengfong, tieguanyin; té del pozo del dragón, etc. El aroma y el color de estos tés, tienen su secreto en el tratamiento que se da a las hojas del té, el agua y en la experiencia de quienes dirigen las casas de té.
¿Preguntarán, por qué esta nota sobre el té? Porque en Bolivia, tenemos también la suerte de servirnos el Té de Taiwan, aunque todavía no se conocen las casas especializadas en tan aromática planta. Pero, todo llega a su tiempo.

lunes, agosto 15, 2005

Investigación: EL CASTIGO EN EL IMPERIO DE LOS INCAS

La visión de un Imperio Inca intachable, benefactor, desinteresado, amante de su gente y de los pueblos "conquistados", como nos lo retrataron algunos cronistas de la Colonia influenciados por la obra del Inca Garcilazo de La Vega, va cediendo espacio a una imagen diferente, real y más humana.
El indio escritor y dibujante Guamán Poma, que recorrió el antiguo Perú a pie o en su fiel caballo Guía, acompañado en oportunidades por su hijo Diego y sus dos perros, nos ha legado en su obra "Nueva Crónica y Buen Gobierno" concluida en 1615, una disección de lo que fuera el Imperio de los Incas.
Sin dejar de apuntar el acierto en la organización del Imperio andino, ni desconocer leyes que protegían a los súbditos; sin ocultar su orgullo por las obras de ingeniería en la construcción de templos, caminos, puentes. Sin retacear admiración por los canales de riego y el avance de las ciencias de la época, Guamán Poma de Ayala, relata con fidelidad los errores y los horrores cometidos en nombre de la supuesta divinidad de los Hijos del Sol.
En la original crónica, ilustrada con prolijidad por el autor, surge una especie de denuncia histórica, reiterativa, cuando Poma se refiere a los castigos infligidos a hombres, mujeres y niños e incluso, contra caciques y mandones. Pese a que el singular cronista añoraba y defendía ante la Corona el derecho de los pueblos incas a su libertad, Guamán Poma como historiador supo cumplir su misión al mostrarnos la otra cara de la moneda: La crueldad de los castigos corporales.
Comentando sobre los "indios de la tercera edad" anteriores al Incanato, escribió que "todo era felicidad y fiesta" y que ya sometidos como parte del sistema, "por temor no se alzaban contra el Inca, a pesar de que habían descendientes de los reyes antiguos que eran más que él. Por este miedo callaban".
Falsificación de la historia
Uno de los sistemas de opresión ideológica, fue la falsificación de la historia anterior a los incas de manera que, estos superhombres se convertían en el principio y el fin de las ideas políticas y de la cultura. Fuera de ellos, no existía organización social ni Estado. El mestizo Inca Gracilazo de la Vega, repite en su obra "Historia de los Incas" esa concepción antihistórica.
Según el Imperio, las poblaciones andinas antes de ser dominadas por los Incas, vivían en estado salvaje y en supina ignorancia. Sometidos los indios de otras etnias, gracias a la sabiduría inca, ganaron el título de seres humanos.
Hoy se sabe que por mandato y conveniencia de Pachacutec Inca Yupanqui, aquella mentira histórica, conocida como la "historia oficial de los Incas", fue impuesta por la fuerza a lo largo de años y borró de la mente de los pueblos sometidos, la verdadera historia de las comunidades precolombinas.
Ese atentado moral, ético y psicológico que robó a las poblaciones sus verdaderas raíces ancestrales, creó una gran laguna en la mente de los nativos. Las consecuencias son arrastradas y las sentimos aún hoy en día, cuando etnias como la aymara por ejemplo, no saben explicar su origen histórico aceptando como único punto de referencia histórica, al supuestamente bondadoso y equitativo Imperio de los Incas, como nos asegura Felipe Quispe, dirigente del Partido Indigenista Pachacuti (MIP), ideólogo trasnochado del retorno al idílico y supuestamente justo Imperio incaico.
Los espías mitimaes
Colonias enteras de habla quechua, pertenecientes al antiguo Imperio de Perú, fueron trasladados a tierras lejanas. Tal es el caso de quechua-parlantes que viven en nuestros días en las zonas eminentemente aymaras. Amarete, comunidad cercana al pueblo de Charazani, es un ejemplo viviente.
Poma de Ayala, dice que esas colonias quechuas trasladas a tierras conquistadas por los incas, "eran veedores", encargadas de que se cumplieran las leyes. Es decir, representaban muchas veces la autoridad inca y como es de suponer, espiaban los actos de la comunidad. Al primer síntoma negativo, comunicaban al Cusco lo que sucedía. La respuesta no se dejaba esperar: Castigos ejemplares y hasta la muerte.
Terror y gobernabilidad
El terror fue uno de los recursos sicológicos mas utilizados por los incas para afianzar la gobernabilidad del Imperio. Tras el simpático "ama sua, ama khella, ama llulla" se escondían terribles normas contra los infractores. Numerosas vasijas de cerámica y esculturas líticas, testimonian los efectos de los crueles castigos en nombre de los hijos del Sol: Rostros desfigurados, labios y lenguas cortados, dedos y extremidades cercenados, etc.
El mejor compendio del terror aplicado a los pueblos andinos por los incas, está registrado por Guamán Poma de Ayala quien afirmó en 1615 sobre el mandato de Tupac Inca Yupanqui: " Mandamos que en nuestro reino ninguna persona blasfeme al Sol mi padre, ni a la luna mi madre, ni a las huacas ni a mí el Inca ni a la Coya, pues los haría matar... Mandamos que no haya ladrones ni asaltantes y que en la primera falta se les castigue con 500 azotes y en la segunda falta fuese apedreados y muertos y que no se entierren sus cuerpos; que se los coman las zorras y los cóndores".
El castigo mayor –dice Guamán Poma—se cumplía en las prisiones y cárceles de los Incas. "El Zancay, cárcel perpetua, era para los traidores y para los que cometían grandes delitos...era una bóveda debajo de la superficie, muy oscura donde se criaban serpientes, leones (pumas), tigres, osos, zorra, etc. Tenían muchos de estos animales para castigar a los delincuentes, traidores, mentirosos, ladrones, adúlteros, hechiceros murmuradores contra el Inca. A éstos los metían en la cárcel para que se lo comieran vivos".
Los indios de las comunidades intervenidas no podían comer los mismos alimentos que consumía el Inca. Hacerlo equivalía a la pena de muerte.
A continuación, un dato espantoso: El inca tenía una mansión y en ella, "tambores hechos con la piel de los principales que fueron traidores y rebeldes. El tambor era de cuerpo entero. A estos tambores de les llamaba runatinya (tambor de piel humana, de hombre desollado). Parecía vivo y con su propia mano tocaba la barriga. El tambor era la barriga (...) y con otros rebeldes hacían de su cabeza mates para beber chicha; flautas de los huesos y gargantillas de los dientes y muelas".
Discriminación de la mujer
La vida de la mujer en el incario, nada valía. La discriminación fue total: "Mando –ordenaba el Inca-- que ninguna mujer sea testigo por ser embustera, mentirosa, pusilánime, de poco corazón, egoísta (...) Que la viuda no descubra su cara seis meses, ni que salga de casa y que lleve luto un año. Y que no conozca hombre el resto de su vida (...) Que muera la mujer que abortó un hijo". El cronista indio prosigue: "Al Inca difunto lo enterraban con mucha vajilla de oro y plata. Y mataban a los pajes, camareros y mujeres que él había querido. Y a la mujer querida la enterraban como señora Coya. Y para ahogar a estos primero los emborrachaban; les abrían la boca y le soplaban coca molida, hecha polvo..."
Ni los familiares se salvaban
Fue notable la reacción entre sucesores al incanato. Así sucedió con el Inca Huáscar, que murió en manos de los capitanes Challcochima Inca y Quisquis Inca, por órdenes de Atahuallpa, hermano de Huáscar. "Se burlaban de él cuando lo tenían preso; de comer le daban basura y suciedad de personas y perros. Como si fuera chicha le dieron de comer orinas de personas y de carneros; en lugar de coca le dieron hojas amargas y en lugar de ceniza de mascar coca le dieron suciedad de persona machacada...Después de haber muerto a Huáscar, los enemigos fueron al Cusco y mataron a todos los príncipes y princesas de linaje inca hasta las preñadas", escribe Poma de Ayala.
La presente nota de investigación, sobre el castigo impuesto por los Incas a los pueblos sometidos, persigue el objetivo principal de mostrar que los Incas reinaron en el Tahuantinsuyo (incluido el territorio que hoy es Bolivia), por el terror y el sistema impositivo, aunque sus defensores, entre ellos algunos cronistas, reiteramos, como Inca Gracilazo de la Vega, omitan por razones explicables, la inmisericordia de los invasores.
¿Herencia?
Los resabios de aquellas lejanísimas jornadas de castigos, especie de cruel herencia, aún percibimos en los linchamientos cotidianos que se dan en algunos departamentos, provincias y pueblos de Bolivia y Perú. En efecto. Ladrones, antisociales, violadores y personas dedicadas al hurto de ganado, si tienen la desgracia de ser apresados por la turba, después de una terrible golpiza, son ahorcados o quemados vivos. Un caso que estremeció al altiplano boliviano, fue el secuestro de un Alcalde campesino, sindicado de haber desviado dineros de la comuna. En la plaza principal, luego de ser azotado, la turba roció con gasolina el cuerpo del infeliz y acto seguido, fue quemado vivo, para escarmiento de futuras autoridades. (Clovis Díaz).

Investigación: EL MUNDO MAGICO DE LOS"KALLAWAYAS"

Los "kallawayas" son médicos, herbolarios, curanderos y adivinos de Los Andes de Bolivia. Habitan la región más alta y montañosa del departamento de La Paz y propiamente, los poblados altiplánicos de Curva, Charazani, etc. Viven y trabajan en el maravilloso mundo mágico de la etnia aymara, lo que nos les impide cruzar las fronteras de pueblos quechuas ubicados en el centro y sur de este país. Deambulan por las principales ciudades bolivianas y tienen vocación de empedernidos viajantes a todo el mundo.
Su remoto origen se pierde en las cimas de las altísimas cordilleras. Ellos están seguros que en épocas lejanas, de gestación de la Humanidad, cuando el sol apenas alumbraba; cuando bosques, ríos y montañas estaban en formación, Mama Pacha, Madre de la Tierra, parió a los dioses del cielo, del aire y de la tierra que, según los aymaras, controlan la vida de los seres humanos y la actividad de los elementos.
La Mama Pacha, también procreó las especies animales y vegetales. Los hombres nacieron con sus propios oficios y según dicen, salieron caminando de la profundidad de las cuevas y de los cerros. Los kallawayas se dicen hombres de las montañas.
El paisaje andino, cargado de escenarios increíbles, soberbios; de inmensas rocas y caudalosos ríos, coopera a que los seres mortales admiren y teman a los famosos curanderos. Testimonio como el del indio cronista-dibujante, Guamán Poma de Ayala, autor de la "Nueva Crónica y buen gobierno" (1617), muestra en sus ilustraciones a los médicos-curanderos-adivinos del antiguo Kollasuyo, hoy Bolivia.
Los kallawayas, durante la dominación imperial de los incas en el Kollao, eran escogidos por el Supremo Inca, para que cargaran su litera, como símbolo de confianza y de distinción. El cronista indio, también se refiere a las costumbres y hechicerías de aquellos formidables curanderos que no sólo sanaban a sus pacientes, sino que por otra parte, conocían el arte de la adivinación y de la profesía.
Antes de que los españoles incursionaran a partir del Siglo Dieciséis, en el Tahuantinsuyo, (cuatro naciones precolombinas); los kallawayas habrían anunciado que el reino inca del Perú, viviría días de infortunio y que sería el fin del Imperio.
Los médicos viajeros, desde hace más de 500 años, no han dejado de caminar por los cuatro puntos cardinales de América Latina y el mundo. Curan a sus pacientes con hierbas, animales, tierra y minerales. Conocen todas las plantas del ecosistema andino: altiplano, valles y subtrópico.. Acostumbran curar a las personas que acuden a ellos, sugestionando y llegando a la mente de los pacientes.
Cuando el aymara o el quechua piensa que le va mal en su vida matrimonial y en sus negocios, se trata de un caso de brujería. Entonces el kallawaya, en las noches muy tenebrosas, ejecuta un ritual en el que mezcla lo nativo con lo religioso. Reza padrenuestros; humea incienso; se vale de lagartijas y conejos que pasa por la piel del enfermo y luego sugestiona al paciente. Los resultados son asombrosos, aún para los no creyentes.
Después de un largo proceso, en el que participan muchas veces los familiares de la persona enferma, el kallawaya conduce a su paciente hasta las orillas de un río. Pide que el hombre o la mujer en tratamiento, se bañe en un recipiente aparte y arroje esa agua al torrente. De esa manera, las penas, la enfermedad, la brujería y la mala suerte, se irán río abajo para no retornar jamás. El creyente, acto seguido, se cambia toda la ropa que llevaba puesta; la abandona y retorna a su hogar por un camino diferente al empleado en llegar hasta el río, para que la enfermedad o la mala suerte no le persigan. El kallawaya, no vuelve por un largo tiempo a la casa de su paciente donde había realizado el ritual. Teme traer en sus ropas, el hechizo o la enfermedad que había "sacado" al recién curado.
Los kallawayas, tienen gran demanda en todo el territorio boliviano. Indígenas, mestizos, negros y blancos, creen a pie juntillas en los médicos andinos y temen a los curanderos que se dedican a hacer el mal a unos para favorecer a otros.
El mundo mágico de los kallawayas es una realidad en Bolivia. La prueba es que, la llamada "medicina tradicional" ejercida por estos médicos caminantes, ya es oficial, compite y se alía a la medicina académica. En buen romance, los conocimientos kallawayas, no se perderán, mientras existan pacientes que la prefieren, antes que a la medicina que se enseña en las universidades. (Clovis Díaz)